Hoy
he escrito mucho. He llenado páginas y páginas de mi pequeña libreta negra que
pronto cumplirá un año.
Fue
un regalo de alguien inspirador. Y la libreta es negra, elegante. Tiene un
bolsillo interior en una de las tapas y se cierra con una goma negra. Para que
no se pierda ni una sola de las palabras que están garabateadas dentro. Me encanta la palabra garabato; y también en inglés: squiggle.
Lo
que más me gusta de mi libreta es una dedicatoria escrita en la última página
que me invita a encontrar todos esos pequeños placeres diarios que parece que
se esconden pero ahí están, esos que sólo necesitan ser nombrados para hacer
que brote una sonrisa.
Cientos
de palabras que consiguen, al menos, una mueca en mi cara, y espero que alegren
a alguien más en algún momento. Hoy no. Hoy es protagonista ella, mi libreta
negra, guardiana no sólo de palabras, sino también ideas. Incluso las más
descabelladas. Y nunca me reprocha las más locas, ni me dice “¡se te ha ido la
olla, Ali!”; sólo las recoge y me marca por donde me llego con un brillante
lazo gris, porque soy muy despistada.
¡Y
menos mal que la tengo! Sino, ¿dónde irían todas mis ideas, mis palabras e
imágenes? ¿Dónde están las ideas que no usamos? Todo aquello que se nos ocurre
mientras intentamos dormir, dando vueltas en la cama. O durante un largo viaje
en tren. Incluso en nuestra abstracción de una charla aburrida.
Por
eso siempre la llevo conmigo, para escribir, dibujar y reescribir.
Si
serán publicadas alguna vez, no lo sé. Pero estarán a salvo dentro de mi
libreta negra, custodiadas por la goma para que no se escapen, para que no
vuelen, para que no se mojen hoy, que llueve a cántaros.
Feliz
jueves
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