SABORES

Ayer vi “Un toque de canela”, de Tassos Boulmetis (2003).

Con un sabor agridulce nos lleva por la vida de Fanis, desde su niñez en Estambul, de donde su familia es deportada  a Grecia, hasta su vuelta 30 años después para volver a ver a su abuelo. Él fue quien le enseñó todos los secretos de tradición culinaria que marcaron su vida.

Y es cierto que los sabores marcan nuestras vidas, y hay algunos que nos recuerdan a lugares y situaciones, momentos  que recordamos con un simple impacto olfativo.

Siempre ligaré el color de la lombarda, morada, contrastada con piñones y pasas; mezcla de salado y dulce y disparidad de texturas,  con mi casa, mi familia.

El suave sabor de un yogur con miel y nueces me lleva a aquella pequeña isla que griega  en la que me perdí con dos amigas, hace ya unos cuantos veranos, buscando pequeñas calas en motocicleta.

Sin duda algo que está grabado en mi memoria son algunos platos italianos como la sorprendente torta di ceci o la mozzarella condita. Me vuelven a llevar a Pisa y Nápoles, y a momentos de buena compañía.

Porque si, porque las comidas también están unidas a las personas. Desde los sabores más dulces a los más amargos, que se quedan en nuestro subconsciente para no borrarse.

Sin embargo, hay lugares y personas que no me evocan ningún sabor o textura; si quiera un suave aroma.

Me pregunto porqué.

Quizá es que no transmiten nada. O quizá lo transmiten todo.

Como esas combinaciones sencillas, maridaje de un vino aromático y queso frente a una preciosa vista en la costa.

O una manzana golden en un despertar en la playa.

Sabor, olor, vistosos colores, texturas de contrastes y el sonido de cada mordisco en los oídos.

Los cinco sentidos para crear toda una vida de recuerdos aliñados.